Otras noticias acerca del
probable origen de Amancio Luna
y su pacto con los duendes callejeros
En ciertos
cafés de Buenos Aires se sospecha que Amancio nació y vivió sus primeros años
en la zona que hoy conocemos como Palermo Viejo. Aunque nadie acierta a fijar
siquiera una fecha probable, existen quienes creen que su origen tuvo lugar
alrededor de las primeras décadas del siglo XIX
y que ya en tiempos de Rosas algunas historias hacían referencia a un
misterioso personaje que hoy muchos identifican con Amancio Luna.
Pero en lo que
casi todos coinciden es en la leyenda que afirma que Amancio, merced a un pacto suscrito bajo
condiciones poco claras con los duendes alcanzó la inmortalidad.
Cuentan también que el pago por esquivar
eternamente a la parca, fue su condición de amador de feas. Y algo de cierto
habrá habido en esa terrible condición puesto que no existen historias que lo
liguen a ninguna muchacha bella o tan siquiera agradable.
Lo cierto es
que los relatos de las intervenciones de Amancio en la vida de las mujeres feas
no quedan limitadas a una época o lugar; hay quienes juran y perjuran que
alguien que conocen conoció a alguien cuya tía tuvo una amiga que dijo que
había estado una noche de verano con Amancio en la vieja estación de Villa del
Parque. Y otros dicen que les dijeron que habían escuchado historias de Amancio
que se remontaban a fechas tan inciertas como la de la visita de la Reina
Victoria a Buenos Aires o la de la segunda guerra mundial.
Los
racionalistas y escépticos de siempre, sostienen la teoría de que Amancio es sólo una torpe excusa de las muchachas
feas para tener historias que contar en las oficinas o en las asociaciones
benéficas a las que son tan adictas.
También
existen quienes afirman que el verdadero motivo de semejante patraña no es el
de poder contar historias; el motivo sería de una naturaleza si se quiere más
espiritual. Esas mujeres, jóvenes o viejas, alimentarían el mito de Amancio
para justificar estados de melancolía que de otra manera serían muy difíciles
de explicar; súbitos ataques de llanto y conversaciones susurradas encontrarían
así un marco de cierto respeto entre familiares y vecinas suspicaces.
El músico
Jorge L. Ruz, que cree fervientemente en la existencia de Amancio Luna, asegura
que en realidad, en el pacto que éste firmó con los hados existe otra cláusula,
sumamente sugestiva, que establece que
ninguna mujer fea podrá resistir los reclamos del insólito amador. Esta
cláusula que ya había sido sugerida en algunos textos del Juanjo Izaguirre, dio
también argumentos a los racionalistas para elaborar la canallesca teoría de
que las mujeres usan a Amancio Luna como coartada para justificar eventuales
deslices y tiradas de chancleta.
El mito ha ido
creciendo con el tiempo y ya son muchos los que intentan descubrir los rastros
de este conjetural amador de feas en algunas historias susurradas en el barrio,
en ciertos clubes y aún en algunos rincones arbolados del Parque Rivadavia en
Caballito.
Aún así, los
hombres que han sufrido desengaños y las muchachas que aún esperan el milagro
del amor, aseguran haber visto en las noches claras de verano, mezclada con el
aroma de los jazmines, la sombra furtiva
y evanescente de Amancio Luna rumbo a alguna cita. Y hasta hay quien asegura
que al paso de esta sombra se escuchan los misteriosos acordes de un tango,
ejecutado en el bandoneón cachuzo de cierto duende sentimental.
Por nuestra parte, todavía creemos en los prodigios y
sabemos con total certeza que éstos se encuentran, no en los resobados naipes
de tarotistas o videntes, sino aquí nomás. A la vuelta de la esquina
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